viernes, 5 de septiembre de 2008

ROTUNDA

Tundra.
Hasta el momento, todo había sido un viaje envuelto en brumas.
Sus sentidos estaban ausentes, como su alma.
Su mente rehusaba entrar con claridad en sus memorias, asi que todo era un caminar sin sentido, sin ser realmente consciente de dónde se encaminaban sus pasos blandos.
Ahora, se encontraba sola,y se sorprendió a medias de este hecho, aún sabiendo que había sido su decisión salir a reconocer el terreno.
El sonido del viento entre los cañaverales, la lejanía de los olores y los barullos humanos, que le traían momentos de bendito silencio...
ahora, de pronto, se encontró despierta.
Los destellos de los soles de la tarde en las ondas del agua en las marismas, el cambio del verde brillante, en contraste con el pardo y el gris del desierto...
ahora, de pronto, respiraba más tranquila y hondamente.
Se encontraba frente a un camino que nacía en un extremo de la explanada y, bordeando la muralla hacia el sur, iba por la orilla del río. Lo siguió, para ver, al menos un poco, dónde iba, y vio a lo lejos el puerto, donde se hallaba anclado un barco grande de dos palos. También había numerosas barcas de pesca de varios tamaños. Pasó junto a las bocas de cuatro túneles cerrados con gruesas verjas de hierro, a su izquierda, en el terraplén que llegaba hasta la base de la muralla. Por el olor, dedujo que debían ser las cloacas. Podía ver desde abajo las puntas de los virotes de las balistas cargadas en lo alto de las torres y en las plataformas giratorias.
Ya en el puerto, vio que se encontraba en el lado sur de la ciudad, fuera de las murallas, de hecho inmediatamente bajo ellas. Varios almacenes se apiñaban al pie del ahora casi vertical terraplén y, excepto por la actividad alrededor del barco grande, que estaba siendo descargado, no había mucho movimiento.
Había una buena vista del puente del río, y sus espléndidos contrafuertes. El puente tenía dos tramos: primero unía la ciudad con una isla en el centro del río, donde se encontraba una edificación que ocupaba la práctica totalidad de su superficie. La identificó con la famosa Escuela de Luchadores. Un segundo tramo comunicaba la Isla de la Escuela con la orilla sur, bastante escarpada.
El muelle llegaba hasta el puente, pero no continuaba más allá.
Había varias parejitas, gente paseando, guardias y pescadores, disfrutando de los solecitos de la tarde. El Sol Mayor se aproximaba a su ocaso, rápidamente, y daría paso al primer crepúsculo, seguido de la puesta del Sol Menor, el segundo crepúsculo y finalmente la clara noche del desierto y el río. Raro era, pero apreció el momento, y se sintió como pocas veces a gusto entre humanos. Cada grupillo, ocupado plácidamente en sus quehaceres y pasatiempos, resultaba armonioso.
Sonrió para sí, recordando algún momento más feliz, y volvió para reunirse con sus compañeros y contarles sus observaciones.

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