miércoles, 29 de abril de 2009

EPÍLOGO

Lo pasado, pasado. Lo hecho no tenía ya remedio... mejor mirar hacia delante. Los días en las cloacas bajo el dominio de Taner y la Araña habían terminado.
Por una parte daban ganas de salir corriendo sin mirar atrás, pero por otra lo sucedido clamaba venganza. ¡Venganza retorcida y sangrienta!.
La acción de la milicia fue rápida y expeditiva, y la limpieza de las cloacas fue realizada por un contingente de tropas voluntarias, al mando del señor Comisario de Jonid. Se hizo un arreglo con la Escuela de Luchadores, y participaron un grupo de estudiantes de último año que pudieron así hacer las prácticas.
Como era normal, no había allí nadie con una pinta de normalidad que pudiera ser considerada como tal. Pero hicieron su trabajo, bajo la atenta supervisión de un maestro, como era habitual. Siempre había alguno, pero no se destacaba de los estudiantes y no era posible distinguirlo del resto.
La cuestión era que el muy hijode- tenía una via de escape bajo los túneles de la ciudad. Unos más antiguos, excavados en la roca dura del subsuelo, y de origen incierto, probablemente orco, pasaban por debajo del río, comunicando de hecho las dos orillas del Grulla Infinita. La panda de desharrapados de Taner huyó hacia el sur, tomando La Gran Carretera un trecho. Luego, ante la cercanía de la primera de las Fortalezas que jalonaban la principal vía de acceso al reino, salieron a las estepas de tundra y los páramos se los tragaron. No eran rival para las reducidas pero bien disciplinadas y pertrechadas guarniciones de una de las Fortalezas que hacían las veces de poblaciones en el camino hacia la capital. Ballestazos en ráfaga, seguidos de cargas de maceros takitianos que actuaban en total coordinación, y eran como una trituradora de carne. Mejor evitar el enfrentamiento directo... ya habría tiempo. Ahora era el momento de esconderse y crecer... crecer como una pústula que madura, y en el tiempo de su sazón, revienta, esparciendo su carga de pus en todas direcciones, como una inevitable avalancha.
Davieso el Gnomo opinaba que ahí el señor Comisario había errado y, teniéndolos a relativo alcance, había juzgado su amenaza pequeña. Los había dejado ir, con el rastro visible, argumentando el ahorro de vidas, la cercanía del Orden y sus fríos hielos, y la duda sobre su supervivencia. Se dispersarían, declaró, y el frío de la estación que se avecinaba acabaría con ellos. Además, pronto de cortarían los accesos por la nieve y el hielo, y aunque pasaran el Orden, no podrían estar muy lejos. Bastaría pues dar una batida no bien hubiera pasado el gran deshielo y acabar con lo que hubiera quedado...
… “eso es dejar la faena a medio hacer”, dijo el gnomo, “y no creo que traiga nada bueno. Es fomentar las sorpresas y los imprevistos. Pero mandaba él.”
La Nueva Compañía Aventurera había regresado a la Posada del Desierto para buscar a Davieso, pero el imponente caserón estaba desierto y cerrado a cal y canto. Tuvieron que esperar largos días, sin saber muy bien qué hacer, pero un día apareció el propietario del vetusto local como si nada, y les invitó a unas cañitas mientras abría, que hay que aprovechar y el buen nombre forjado en años se pierde en un día...
Pero una buena mesa en el reservado de la posada cargada de viandas y brebajes de alta graduación restablecen la confianza del más resabiado... y bien, después de no sé que turbios asuntos de ajustes de … er, presupuestos, y cosas asi, se llegó a un nuevo acuerdo de compañía aventurera.
Los compañeros, con muy poco tacto pero gran determinación, insistieron en precisos detalles monetarios, y tras no pocas dificultades, llegaron a un acuerdo satisfactorio para las partes.
El caso es que se acordó no dejar enfriar el asunto Taner, y aprovechar el parón estacional para crear una expedición verdaderamente bien pertrechada. Lo primero era avisar a las autoridades competentes de dicho proyecto, cosa que prontamente se hizo. Luego...
Pero la realidad era que tenían una misión que cumplir con el Templo de Nudor de la Fortaleza Frandor, en Fangaeria, y tardar demasiado era arriesgarse a las iras y las tasas de los sacerdotes... cosa a tener en cuenta.

El asunto Taner...
… según Davieso, había seguido al grupo, y había podido observar a un loco ególatra lleno de poder; era raro, aunque no sabía por qué. Una sensación, tal vez. Daba la impresión de manejar todo ese poder de manera inexperta, como el que se ve de pronto imbuido con la magia sin estar preparado por años de estudio y práctica.
La araña era formidable, y en general creyó que era un grupo muy peligroso. Aparte de su poder en bruto, estaba esa contagiosa “posesión”, que multiplicaba su inquietante peligrosidad. Davieso lo tenía claro: de no poner freno ahora, y si el tiempo daban estabilidad y experiencia a Taner.... podía suponer una amenaza al reino entero... quién sabe si más.

Ir a Fangaeria o adentrarse en el ignoto reino de Takitia... la Akatania de los mapas...

El Fin

Los restos de la batalla están esparcidos aquí y alla, entre los arribes del camino y los cercanos cañaverales... y los compañeros los contemplan todavía conmocionados por lo sucedido.
Al cabo los dioses, sin duda enojados por los continuos sacrilegios y blasfemias perpetrados al orden natural de las cosas, dejaron sentir su voluntad y su ira. Tortazo de Nudor.

Las cosas sin duda van mal, pero lo que los gobernantes ineptos hacen y deshacen, los dioses lo dejan al juicio de los ciudadanos y de la historia. ¿Qué les importa que los orcos estén cada día más sueltos por la frontera? ¿que los gnomos se peguen unos fiestorros padre por las ganancias obtenidas de tratos comerciales escandalosos? ¿tanto vale la sacrosanta neutralidad como para poner el culo de esa manera?. Y los enanos se llevan lo mejorcito de la juventud a sus universidades, en una incesante fuga de cerebros... ¿pero dónde iremos a parar?. Nada de esto sin embargo perturba el orden de las cosas: todo es como siempre fue y como siempre será... beatífica contemplación.

El insigne Arnoldo alzó su voz a los cielos, en fervoroso clamor, y el Padre Nudor pegó la hebra, graciosamente condescendió y descansó su mirada un momento en la pequeña (aunque trágica) escena. Aquello fue suficiente, como para transformar la voz del clérigo en Divina Amonestación.
Anonadados por la enormidad de sus actos y sus consecuencias, sumidos por un momento en la contricción y, dicho en plata, con el rabo entre las piernas, los cachazudos orcos de pezuña hendida que momentos antes se relamían con la anticipación del banquete y la rapiña, dieron la vuelta y, avergonzados, regresaron por donde habían venido, consolándose mutuamente como podían.
Los compañeros oyeron el sonido de la Verdad vociferada, y recordaron quiénes eran, con sorpresa (y, por qué no decirlo, cierta pena por el fin de la fiesta).

Pero nada es más valioso que recuperar el propio yo, sobre todo para Rotundita, dolorida ella, al igual, por supuesto, que sus arrepentidos compañeros. En fin, sea como fuere, su autoestima subió en gran medida, y pudieron mirar a los últimos acontecimientos con ecuanimidad.

La emboscada al salir de la ciudad, fue desastrosa. Todavía estaban recuperando la normalidad después de superar la maldición de la espada, y avanzaban en la tranquila y joven noche, disfrutando del aire fresco de la orilla del Grulla al pie de las murallas (que no, que las cloacas estaban un poquito más allá, leñe, y además el viento se llevaba los efluvios hacia el puerto ¡cojona!) cuando unos pocos quince (o más ) orcos de pezuña hendida salieron a su encuentro. Como su nombre indica, son orcos de una raza que tiene ¡pezuñas en lugar de pies! ¡y las pezuñas están hendidas!.
Además tienen muy mala leche, y brazos como jamones. En un momento, Lucrecio y Rotunda, haciendo honor a su condición de pegahostias del grupo, y secundados de cerca por Estolido, se fajaron con los muchachos y empezaron a medirse las costillas.
¡Pim, pam, pumba, cras! Alli no había color, y en seguida se vio que ganaban los de siempre. Las miradas de confianza se cruzaban entre los sonrientes guerreros, que se enseñaban los colmillos en silenciosa felicitación, y rugían sus carcajadas animándose a terminar rápido y poder empezar la juerga.
Lamentablemente, el calvorota ese bocazas tuvo que ponerse a gritar llamando a su papá... en fin, otra vez sería.

domingo, 5 de abril de 2009

¡Venganzaaaaaa!

-¿Y qué quiere esta?
-Que nos metamos en pleno territorio de los elfos Grel, a llevar una mierda de mensaje.
-¿Un mensaje?, ¿un mensaje a los Grel?
Los elfos Grel, o elfos Grunge, son una batulea de tipos de lo más desagradable. Famosos en todo el mondo por sus terribles correrías en territorios escogidos al azar. Amantes de la violencia, íntimamente ligados a los bosques, se deslizan sin ser vistos no oídos por las comarcas más inesperadas para rebozarse en increíbles orgías de violencia. Estólido abre una boca como un buzón mientras hace un aparte con Lucrecio, que oye una hormiga arrastrándose a no menos de cien segmentos. Lo que hace su vida de ciego ciertamente entretenida, ya que, por ejemplo, puede enterarse de cada palabra de las que pronuncian Arnoldo y una tiparraca vestida de modo estravagante: la sacerdotisa de la diosa de la venganza y patrona de los Grel, Arnuya.
Con la señorita Rotunda cargada a hombros, Lucrecio dormita en pie. El señor Abdel se ha disculpado de la negociación, para ir a torrarse en la plaza, a la luz de los soles combinados.
Por fin, se hace el silencio. El dinero cambia de manos. La sacerdotisa adopta una pose regia. Su rostro pálido adquiere una quietud de roca y su piel se transparenta por un momento, dando bastante asquito. Pero así son las cosas. Cuando se requiere la ayuda de los dioses no ocurre nada que no vaya acompañado de un cierto aroma teatral. Ellos son así, para eso son dioses. No pueden hacer las cosas que se les piden y punto. El caso es que dura poco, y no desagrada del todo a los presentes, ya que están imbuidos del espíritu de la cosa. Acaban de vengarse ¿No?
Un estertor sacude a Rotunda Tundra. Unos ojos como platos. Los vellos como escarpias, efecto del aura mágica que le ha pegao un repaso de arriba a abajo, o quizá efecto del estupor al darse cuenta de que ha arrastrado una estúpida espada de colorines y oropel, que no servía de nada, por segmentos y más segmentos de territorios salvajes.
El estertor, hace que Lucrecio, distraído, deje caer a la semielfa. El guarrazo contra el suelo suena como si fuera un saco de patatas. En tanto se pierden los ecos del ruido en los sótanos del mal, tamplo de todos los dioses, Rotunda levanta la cabeza.
-¡¿Por qué no me lo habíais dicho antes?! ¿eh? ¡Asquerosos! ¡Repugnantes! ¡Violadores!-. Dice por fin en un arranque de lucidez, abriendo más los ojos todavía más. El efecto de un conjuro divino SIEMPRE va un poco más allá. Y hablamos de la diosa de la venganza.
-Me vengaré-. Susurra por lo bajini. -Ya lo creo que me vengaré.

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