martes, 16 de septiembre de 2008

Aquí Estamos

-Bién, aqui estamos- dice Arnoldo.

Rotunda anda perdida por las ciénagas o algo así, estólido se habrá ido a recorrer las tabarnas, para ver qué tal son de buena mañana, Ainara... ¿dónde andará?, las cosas se tuercen, y como siempre, al siervo de nudor se le revuelven las tripas. Le revientan las contrariedades. Hace bién poco que ha tenido que desembolsar noventa, ¡NOVENTA PIEZAS DE ORO! que podrían haber estado sirviendo a Nudor en forma del equipo que le falta, y para colmo, los moragatos de los semiogros le ponen condiciones al préstamo de toda su riqueza en material. No, no le rezará a Luvia ni media palabra, antes la muerte; aunqueeee, bueno, quizá le pueda rezar alguien por él. En fin, en cuanto a lo de pedir disculpas por su olvido, por supuesto que y lo hizo, ya veremos cómo se las toman...
Vuelve a acordarse de la multa y se pone más de los nervios. De tanto contenerse le surge el acostumbrado tic nervioso que lo aqueja desde siempre, en forma de sonrisa fija, la típica sonrisa de lobo que quiere agradar a los corderos. El caso es que un magistrado vegestorio y tirillas, tipo Edadepiedrix, le ha estado regañando y soltando esputos seniles en su dirección, el típico capullo de nivel cero con ínfulas de señorito. "Que la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento; que por supuesto, que la ley tiene fines recaudatorios, si no los tuviera ¿de qué ibamos ha vivir los magistrados? ¿ein?; y sí, seguimos la letra de la ley, no su espíritu, ¿para qué serviría si no, so ignorante?, así que ya está pagando las noventa o a la carcel". La cosa ha tomado el color del chocolate cuando se le ha ocurrido intentar aligarar el ambiente con algunos comentarios jocosos, chistes de jueces, alusiones a la lluvia (de esputos) e inconveniencias parecidas. Han salido con bien solo por su condición de sacerdote, que si no estarían en la trena (bueno, también hay que decir que un guardaespaldas como Lucrecio amedrenta a cualquiera).

En el momento en que se paran cerca de Nudor el Bueno, estamos de vuelta al templo de todos los dioses, termina de salir el sol mayor iluminando con una luz blanquísima ahi donde llega. En la calle, de repente, el movimiento se ralentiza, las sombras se duplican aunque palidecen y los colores se hacen más variados y luminosos. El tráfago había adquirido un ritmo febril paulatinamente. Aquí, el clima es más benigno, más suave, durante las horas en que sale el sol menor. Pero cuando sale su hermano y están juntos en el cielo todo se para. Aquello que no se haya hecho antes se alarga durante horas y horas. ¡Y no se te ocurra exigir algo de los lugareños al mediodía! Hace demasiado calor.

Arnoldo se va a ver a un tipo que se ha parado cerca de Nudor. Parece rezar. Lucrecio le sigue, pero Horacio, murmurando una disculpa, se va por un lateral, sube por unas escaleras elevándose del Nivel de la Neutralidad en el Extremo del Bien hacia las zonas donde impera la Ley del Universo, diréctamente encima de Nudor, donde vive la justicia: el templo de Luvia el Ciego.

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