domingo, 20 de julio de 2008

DIARIO DEL MONJE (3)

“La entrada a la fortaleza es un arco simple, ancho, protegido por una pesada y gruesa reja. Los muros son de un espesor fenomenal, y los bloques que los forman son grandes como casas,..., bueno, como una habitación.
Se dice que pueden resistir el ataque de los gigantes, y eso es precisamente para lo que están hechos, más que para resistir el improbable ataque de un ejército. Los gigantes abundan en estas montañas. Son primitivos, habitan en las alturas y no son sociables, pero sí numerosos. Todos los años hay varias aproximaciones a las zonas habitables, con resultados no muy desastrosos, para lo que podrían ser. ¿Cómo se puede no sólo sobrevivir, sino prosperar, con semejante vecindad? En primer lugar, cada habitante, cada ganadero, o cazador, es un vigía, que avisa por todos los medios posibles ante cualquier señal de aproximación de gigantes. Todo el mundo a refugiarse en la fortaleza , el ganado primero (excepto si el gigante aparece muy cerca. En tal caso, que se coma a las vacas, no a mí).
Cada fortaleza tiene, como mínimo, una torre, y cada torre, como mínimo, veinte balistas (para los legos: una ballesta gigante montada, al igual que una catapulta, sobre ruedas). Diez de ellas, las más potentes y letales, uno de cuyos tiros puede atravesar a un gigante de parte a parte, se encuentran en la ancha plataforma que corona la torre, cada una en su sitio y apuntando en una dirección radial y sentido exterior. Los dos niveles de la torre inmediatamente inferiores carecen casi por completo de paredes, y los pisos son plataformas giratorias, con cinco balistas de tamaño menor, más manejables y fáciles de recargar.
La estrategia ante un gigante que se acerca demasiado es herirle y enlentecerle con varios disparos en batería desde las plataformas giratorias, para que finakmente quede en posición cercana, aturdido y a huevo [N del T.: se nota que este era el diario secreto del monje] para un remate letal de una de las balistas pesadas fijas. La profesionalidad, experiencia y dedicación de las Guarniciones de Torreros, que constituyen grupos de elite dentro de el ejército, permite que las poblaciones vivan en montañas como estas en razonable seguridad tras los muros de sus fortalezas. El prestigio que tienen, hace que un puesto de Torrero sea un deseado retiro para los mejores de entre los mejores, desarrollando una misión defensiva de enorme importancia, más queridos que los médicos (los buenos, claro), y sin tener que salir de casa, como quien dice. Para mí, el que hacer guardia en una Torre, bajo una ventisca Takitiana, sea considerado un dorado retiro, y repeler ataques de gigantes una rutina, me hace entender lo duros que son los soldados Takitianos.”

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