domingo, 1 de febrero de 2009

La parada de los monstruos

-Os condeno, Rotunda, a, mmmh, cién latigazos por no haberme traído las mulas. Y ademas no me ha dejado hacer la siesta... Pero graciosamente conmutaré la condena por una multa.
-Pero si te he calentado la cama...
-Nada, cincuenta piezas de oro.
-Joder!!!! Cincuentaaa!!!!!
-Si no tiene que me firme un pagaré
-¡Treinta!
-Mmmmh, aaahh, no
-¿Cuarenta?
-Cincuenta, ¿mmmmh?
-¿Es negociable? curioso, curioso-. Ha terminado de decir Estólido en los iracundos recuerdos de Arnoldo Paje. Entonces todavía no estaba tán cabreado. Todavía no se le ha escapado un pedillo fino al hablar con el rapaz mugriento. Tan mugriento que ni siquiera ha sido posible llegar a un acuerdo con él.
Con la sospecha de haber sido engañado camina cauto a la torre de la bruma. Se para un momento. Mira a la sombra semiogra que le acompaña en forma de Lucrecio. Parece cambiado a sus ojos, más ogro, más machote. Le sientan bién la mueca y los colmillos. Hacen juego, no como antes. Además, para lo que está pensando del maldito comerciante, va muy bien. ¡Pues no les ha amenazado veladamente! ¡E intentó engañarlos! Entrecierra los ojillos en una mueca siniestra.
La avenida central esta bien empedrada, y ve los edificios tipicos de jonid, curvilíneos. Son, para su sorpresa, de planta redonda. Con puentecitos redondos entre casa y casa.
Recuerda la pinta de lameculos que tenía el vendedor enano (humano, pero bajito y calvo). Seguro que el otro era más honrado, imágenes de torturas sin nombre cruzan por su perturbada mente. Entre tanto, Rotunda ha desviado la marcha de todos a una tienda rara y olorosa. Distraido, Arnoldo entra con ellos. Lucrecio monta guardia en la puerta. Hierbas para el dolor de cabeza, o algo así. Entre la neblina roja de la ira, pasan fragmentos de palabras.
-Pues si es tán caro identificar los tarros que tenían los tipos esos, que se las meta por donde quepa la señora marquesa. Seguro que Lucrecio puede probarlas con la puntita de la lengua-. Horacio el Descalabrado habla con tono desdeñoso hacia los compañeros y la vendedora. Siendo fea parece una belleza al lado de los monstruos que se le han colado en la tienda. -Humm-. Gruñe. Guarda un impávido silencio lleno de callos y durezas de mil regateos, no se mueve un ápice.
Lucrecio asoma la cabeza por la puerta y dice que se niega. Decidido. En un rincón de la muralla se ponen a probar de varios tarros en hilera.
Los mejunjes, de varios tipos y colores -uno de ellos tiene el aspecto y el olor de la pura mierda- parecen tónicos y venenos para curar y matar. Típico de los ladrones.
Unas pociones de aceleración que se queda el ínclito jefe (y no dice ser un nenaza, ¡ja!) y poco más.
Las joyas después en la tienda del Gnomo rechupao y arrugadillo. Un tipo amable. Y ya pueden irse de putas. O por lo menos eso piensan todos. Pero una y otra vez los retrasa Arnoldo Paje con diversas cosas.
-Emmm, aah, habrá que ir a pagar los impuestos, mis malvados adláteres. Oh, compañeros libertinos pero no libres, si. El quince por ciento de las ventas-. El mosqueo, que no se ve más que en la mueca robótica que exhibe, va en aumento.
Un aroma de feromonas del cabreo llega a Horacio. Sus sensibles narices de ogro ciego, a pesar de los mocos típicos de la raza, lo alerta de que se encuentran en peligro de muerte. Quizá el jefe les ordene un ataque suicida a no se sabe bien que imposible desafío. O participar en un concurso de tartas caseras. ¡No puede ser! En nanosegundos, se disparan ciertos impulsos electromagicosimbólicos que generan un delicado esfuerzo de ciertos grupos neuronales en su pequeño cerebelo. Como fenómeno que es de la destartalada naturaleza del Mondo, suscitado por la brecha que ostenta en el cráneo, por la bendición de los dioses y por un glope de la infancia, piensa y repiensa mientras se dirigen al lupanar. ¡Bingo!, ¡si!, ¡yastá!:
-Jefe, jefe, tengo una idea-. Pero no parece un espárrago calvo, vestido con levita negra y gafas -aunque si que es feo-, no, él es el ínclito Horacio de mente praeclara. -Cuchi, cuchi cuchi-. Bisbisea en los oidos limpios de cerumen de Arnoldo.
Una idea maligna, una idea típica de un genio del mal, una idea que les llevará a librarse de ciertos fluidos, de una espada y de una maldición. Y que les llenará de pasta y de venganzaaaa ¡huhuhuhahaha, waaaahahahaha, WAAAHAHAHAHAHAHAAAAA!!!

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