miércoles, 19 de noviembre de 2008

Simplemente Peludo

Con la rapidez del rayo, la mano de Arnoldo se dispara y se cierra como un cepo sobre la muñeca de Lucrecio. En un segundo, el hacha de mano desaparece en las heces flotantes con un "chop", y el semiogro gruñe de sorpresa y dolor, cuando los fuertes dedos del clérigo se hunden en los tendones de su muñeca. Con la mano retorcida, no tiene más remedio que arrodillarse para aliviar la presión.

Si el cabreo de Arnoldo era mayúsculo, ahora está blanco de ira, y casi no puede articular palabra...

...- Jamás - ... ¡¡¡JAMÁS!!! vuelvas a hacer algo asi...

El gigantón está tan sorprendido como los demás por el cambio de actitud del Hijo de Nudor, y no menos por la efectividad de la presa

¡Lo haré, lo haré! ríe alborozado Lucre con los ojos muy abiertos.

Luego rebusca el hacha entre sus pies, chuperretea el mango un momento pensativo, y se aleja un poco.

Entretanto, cambiando miradas entre ellos, carraspeos y silencios, se preguntan qué vendrá ahora...
Pero no hay mucho tiempo para la complacencia, pues es evidente que hay una ingente cantidad de pies chapoteando en la mierda cada vez más cerca...

¡Adentro!

Realmente, no quedan más opciones: enfrentarse a un número superior en mucho a ellos supone caer uno tras otro por desgaste, a pesar de su superioridad guerrera. Entrar en el túnel y cerrar tras ellos es poner una barrera que retrase lo ineviteble.... al menos ganarán algo de tiempo.

Y en cuanto a lo obvio... si mamá osa está en casa, pues la tendrían enfrente con orcos o sin ellos... y si no está en casa... tienen un refugio aunque sea temporal.

Las linternas iluminan una pared de humo que se acumula, todavía abundante, justo delante de ellos, apenas descubriendo las paredes irregulares y negras opr el fuego.

En total silencio, se quedan quietos, acechando y escuchando... el olor a cerrado es muy fuerte, con un toque agrio desagradable. Al cabo de varios minutos, tras los cuales los enfáticos gestos de Horacio evidencian que reconoce el olor, se oyen gemidos, débiles, lejanos.
Un sonido indistinto que a veces se concreta en lastimeras palabras incomprensibles, sollozos.
Y también crujidos.
Tras un tiempo que se hace eterno, en el que Arnoldo hace frenéticos gestos de "quietos", y "mantened la posición", el humo se va poco a poco disipando... y finalmente empiezan a ver.

Hay un túnel recto y estrecho, ennegrecido por el fuego. Las volutas de humo se complementan con los flecos de telaraña que cuelgan desmadejados por todas las periferias...
Al fondo, una luz.
En la luz un quejido, un sollozo, y leves pasos.
Por no poder, no pueden ni quedarse alli, y con toda precaución se arriesgan a avanzar levemente...tal vez conseguir un atisbo, y sí, sin necesidad de aventurarse a tiro de ningún arma, la vista es, aunque parcial, posible.
Una porción de sala, cuyas esquinas y aristas son ahora almohade curva... blanda sedaraña...
Hay a modo de tres capullos bastante grandes, al menos que se puedan ver desde aqui. No son en su cúspide opacos por completo, y dejan ver facciones deformadas, pero no desprovistas de vida...
Las horrendas expresiones son de grotesca beatitud y felicidad, y las miradas se extravían en no sé qué espacio adyacente...
Congelados en su sitio por la aprensión y la sorpresa, una figura humana entra en su campo de visión, cruzando hacia una esquina de la tétrica estancia.
La principal impresión que produce es de consunción... los miembros esqueléticos, las zancadas vacilantes, en el extremo del agotamiento, los hombros hundidos en la zozobra física y anímica. En ese momento se gira, y las facciones quedan al descubierto. El entorno de los ojos está ensombrecido, la expresión es consciente, un punto enfebrecida, al límite, pero con rígida determinación de proseguir... cueste lo que cueste. Lleva un extraño gorro negro que casi parece una peluca, pero es simplemente peludo.

- Acercaos- balbucea, echando un par de espumarajos. Mantiene sus brazos cruzados sobre el pecho, a cierta distancia por delante.

-Dejo a vuestra elección luchar, o hablar.

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