viernes, 31 de octubre de 2008

Muerte en los túneles

-¿qué esperamos encontrar buscando por donde ellos han venido?¿No deberíamos descartar esa ruta?.
-Estamos completando un mapa ¿recuerda?-. Arnoldo se frota la oreja, murmura para si que en boca cerrada...
-¿continuamos hasta el gran túnel inundado?-. Rotunda está en cunclillas, observa el suelo fangoso.
Estólido Avieso, a su vez, se rasca la mano. -Mapa...- dice como si no se le hubiera ocurrido...-claro, claro, el mapa- parece que tiene la cabeza en otra cosa, va mirando atentamente al suelo, como Rot cuando busca huellas...
-Si no recuerdo mal, había otro túnel que continuaba hasta el interior-.

Pasan los segmentos mientras caminan, los enanos enanos se han perdido en las tinieblas, el tunelillo desemboca en una nueva intersección en forma de cruz. Es que se vuelve a cruzar con un desague principal.
-El túnel centro derecha, lo comprobaremos- Arno parece dominar sus miedos con mucha entereza. Siguen hasta el siguiente cruce con el desague del centro izquierda y vuelven a comprobarlo todo. Todos, menos Lucrecio, resoplan impacientes ante comportamiento tan metódico, pero el jefe parece inflexible. De entre todos Rotunda parece la más impaciente. Junto a Lucrecio, se agacha a ver pistas, se adelanta obligando a su compañero a dar más zancadas para no romper la formación, lo que la impacienta más aún. Estólido también parece buscar huellas. Finalmente llegan por el tunelillo a la desembocadura del túnel de la izquierda. Llegados a este punto el enano se ha entusiasmado tanto que imita a los semiogros venteando el aire fétido como un sabueso. -Me admira su dedicación, querido amigo, pero creo recordar que desde aquel incidente en el campamento de Malaentraña ni usted ni yo tenemos sentido del olfato- Arnoldo ha puesto los brazos en jarras. -Eeeeem, ¡ah!, si, si, creo recordar que tiene usted razón- Avieso se vuelve a Rotunda, -¿hueles algo?-. -¡Si, tus pedos!- responde impaciente, se ha enjugado el sudor con una mano manchada de mierda, que adorna su frente. Raaacaaa, es, en efecto un pedo, pero procede de Horacio. Mira al techo, haciendo como que disimula. Se acaba de diluir la irritación venida del encierro y el sueño. Avieso ha despertado momentáneamente, y parece molesto -¿donde estamos?, créame que no tengo ni idea-. Frunce el ceño hacia el clérigo de Nudor. El desague en el que se encuentran tiene bastantes ponzoñas flotando líbremente. Aunque han tenido mucha precaución, las heces han empapado el interior de sus botas, pues vienen de una zona (la del túnel centro izquierda) que superaba con creces el nivel de peligro. -Estamos en el de la izquierda-, la cabeza de Arnoldo gira aquí y allá. -Seguro, pero de todas maneras lo comprobaremos yendo a la salida-. Los demás parecen ya resignados al escrutinio minucioso del dédalo subterráneo. -En formación, queridos. ¡Alla vamos!.

El sol menor amanece en los marjales de Jonid, los tonos de suave salmón se apoderan de todo aquello que se ve. Un barullo de conversaciónes pajariles saluda a la compañía muy animado. El guardia de la ciudadela saluda muy animado. Ainara tiene los ojos legañosos, bosteza como si quisiera tragarse el mundo. Arnoldo se fija, -¡a dormir!-. Silba muy contento.

Un lavado minucioso, una dormida de campeonato. Armas, armaduras, tareas domésticas. El campamento ha sido instalado de forma primorosa por Abdel. Esta vez en la explanada, después de los incidentes de la noche. El día se ha nublado.
Tras la puesta del sol grande ya están listos. Avieso examina perplejo el sarpullido de su mano derecha. Horacio y Rotunda dan al mapa de la jornada los últimos retoques. Ainara se ha ido a reponer el licor.
Una vez en los pasadizos, Rotunda protesta amárgamente por tener que volverse a enmierdar, pero Arnoldo es de ideas fijas. A pesar de los pesares acaban chapoteando por uno de los sitios más inundados del complejo. El caso es que, como han dado un par de vueltas para llegar al sitio donde dieron por terminado el jornal el día antes, Avieso ha vuelto ha perderse. Será porque no para de mirar al suelo, buscando.

-¡Señor Avieso ha vuelto a perderse! Es sencillo, los túneles forman una cuadrícula, sencillo, mentalidad racial, amigo mío. ¿De qué les vendrá la fama? Mmmmmh, en boca cerrada... si, ¿sabe aquel del enano que tenía gana de hacer aguas menores?, encontró que tenía la bragueta cerrada y dijo "ya mearé mañana"- se ríe para su coleto mientras resopla Estólido. Van por el túnel más deteriorado, hasta llegar al tercer tunelillo. Como los demás, arranca hacia la derecha mientras la vía principal sigue y sigue adelante. -Por aquí-, Tuercen y se adentran por el tunelillo.

Rotunda se mosquea. Aprieta las mandíbulas. ¿Somos la abuelita del cuento o qué? Me avergüenzo, parecemos mariquitas. ¿DE QUÉ TENEIS MIEDO? Parecemos putos topógrafos o algo así. ¡Deberíamos estar en un asilo!
Siguen penosamente. Ooootro cruce, -siii, el desague centro izquierda-. La querida Rot parece desesperada. Pero Arnoldo los tiene de aluminio, no se inmuta. -Comprobemos-. Y todos comprueban minuciosamente. Vuelta al tercer tunelillo y...

Ainara ha sentido algo. Todos perciben la inquietud inconfundible en sus mentes. Los vellos se erizan. Las pupilas se dilatan. La premura del combate pone a cien a todos menos al desdichado clérigo de Nudor, que no le ve maldita gracia. Pero es competente, unos silbidos quedos en lenguaje de batalla y Lucrecio se adelanta arrodillado para dar cobertura al arco de Rotundra. Espada en mano. No se oye una mosca.

Hasta que suena un reniego. Maldiciones y jadeos en lenguaje gutural seguidos de chapoteos mierdiles. Unas sombras se perfilan en la nada, ignorantes de la compañía. Algo que parece un orco vestido con ropillas de Juglar, de las que Wolfrang el bardo puso de moda en los reinos de Takitia hace tantos años, y un burro o pony o algo así. No da tiempo a verlo bién, porque rápido, delicado y mortífero como una bailarina gigante pero grácil, Lucrecio ha tenido a bién cortar en dos como a un flan al indivíduo. Arnoldo no ha tenido tiempo de gritar el ¿quién vive? y ha acabado todo. El pony parece un espléndido ejemplar, todo músculo. Mas no le ven la cara, sino el culo. La visión del semiogro tiene tales efectos colaterales.

Estólido Avieso se ha quedado blanco. Balbucea, babea, tiembla. Sólo se recupera cuando el equino no se ve (chof, chof se aleja) -¡¡¡Por el amor de Yurgain!!! Hay que atraparlo a cualquier precio!!! -.

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