domingo, 19 de octubre de 2008

Los vamos a machac... ¡¡¡AAAAAHHHHH!!!

El jefe se mueve silencioso a la cabeza de sus muchachos. Han salido del campamento los suficientes como para no poder contarlos con los dedos de las manos. El cálculo ha sido laborioso, pues los Tres se han tenido que descalzar, y la arena del camino ¡QUEEEEMAAAAAA TODAVÍAAA! Claro está, han salido hacia Jonid a la puesta del sol menor, la caída de la noche, cuando ha llegado la señal del informante. En el campamento, los otros dos patriarcas, las mujeres, los chavalillos... los demás están aqui.
Las lunas iluminan el camino ciclópeo, luego, antes de llegar a la explanada que da entrada a la ciudad, han penetrado en las marismas. ¡Trabajo fácil!, esto está chupao, la noche es el elemento del semiorco. Según los informes la salida de la alcantarilla está en el lado Sur, cerca de las puertas, ahí donde la muralla se acerca más al río.
Los semiorcos avanzan lentamente, formación: horda.
Cuando están a punto de llegar, percibiendo los aromas de la alcantarilla, se suben al camino que rodea la ciudad en dirección al puerto fluvial. Es noche cerrada, han salido dos de las lunas, ya entrando en el menguante. Nada se oye sino el lento chapaleo de los regatos del cuádruple desague.

¡¡¡ENTONCES SE DESATA EL HORROR!!!

El terror de las montañas, aquello que más teme un caminante cuando dobla un recodo del camino. Un gigante vivito y coleando pasea a sus anchas por el camino, acechando con una enorme garrota. ¿Cuánto mide el bicho? Siendo cierto que éstos tarugos no se saben medir ni la minina, luego hablan de millas, kilómetros, hectómetros, en fin, que agrandan todo lo que pueden (para reparar su estropeado honor) el tamaño del gigante, que medirá... lo que un pino de buen tamaño.

La visión de uno de los tipos de la compañía nueva esa dando alaridos, huyendo en su dirección, termina de decidirlos. Pies para qué los quiero.

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