viernes, 3 de octubre de 2008

Horacio

El túnel. Recuerdo de aquel túnel. Horacio, que habita en una especie de bruma, que no ve más que manchas de luz, manchas de calor (por su capacidad racial como hijo de ogro) sumamente imprecisas y aromas, muchos y ricos aromas, avanza ahora reconfortado por la oscuridad. La oscuridad es el legado de su padre Topolinón. Marcha confortado por el recuerdo de aquel túnel.
Horacio el dos veces nacido. Un túnel que no recuerda ni quiere recordar, su nacimiento como cuerpo, un túnel del que no se puede olvidar nunca, nunca, ni dormido, ni despierto ni en duermevela. Se ha llegado a adueñar de la periferia de su mirada enmarcando lo poco que ve. Asi, ahora que no ve tres en un burro, se siente reconfortado porque sólo depende de su olfato y la infravisión, con la que no importa ser muy preciso y porque el túnel de sus sueños se muestra sin velos, sin ambages, real e imaginado superpuestos e idénticos. Horacio (para sus adentros el dos veces nacido, no el descalabrado) puede atender a los más mínimos aromas, al más sutil de los perfumes. El bueno se lucrecio es una masa de vapores ácidos, sudor, zuraspas, cuero, aceite lubricante de metales. Rot parece un animal exótico, un tufo de hembra generosa con algo de los alienígenas aromas del hermoso pueblo. Una experiencia salvaje. Ainara es un vértice de vapores de amoniaco con perfume de rosa antigua. Lobo, un lobo. De la parte del enano un aroma de tierra con pergamino, un extraño sudor, aliento de bebidas alcoholicas, si, estraños componentes para sus hechicerías. El líder exhala un horrendo tufo a miedo. Inconfundible, como un vulgar portaantorchas (como el portaantorchas, que tiene más miedo que vergüenza).
Y por muy extraño que parezca, no lo es, es normal. Horacio se siente como en casa. En realidad estos aromas forman parte de su tunel. Sólo atiende a los peligros. Recuerda el hedor percibido en la posada del desierto, el del ser que ha robado la olla.
A ese olor atiende Lucrecio cuando Rot se para a rastrear, y sólo huele a ratas. El resto del tiempo murmulla -te odio Arnoldito, te odio Arnoldito, Arnoldito te odio-. Chop, chop,chop, camina por el fango.
El clérigo de Nudor va con los ojos muy abiertos. -¿Por qué me habré metido y en este berengenal mi Nudor, mi Nudorcito?. ¡AY DIOS MÍO! ¿qué ha sido eso?-. Se le ha escapado un gritito histérico. Afortunadamente coincide con uno de los numerosos pedos de Horacio, que va delante del portaantorchas y que está a punto de provocar un incendio pues, no sé si os hacéis a la idea, el empleado es un mediano, vamos que mide medio metro y le queda la ráfaga del culo del Descalabrado justo a la altura de la antorcha... ¡vaaaamoooos! ¿Que no habeis quemado pedos nunca el vuestra infancia?, tenéis que probarlo. Pero cuidad de no poner la cara delante de la llama a no ser que querais que se os rice el pelo como a Boronio de Talos. Por este incidente afortunado Boronio no llega a perder la fe en su jefe.
El olor del miedo forma un túnel de desesperación. Aquí están los aventureros. Que locos. Dónde hay que meterse para alcanzar la gloria. A qué nos llevan los poderes. Chop, chop, chop.



En llegando al desvío lateral, Arnoldo logra decir con firmeza convincente: -Señora rotunda, rastree más a fondo quí, señorita Ainara, trampas, señor Avieso, busque trampas arquitectónicas, derrumbes y eso. Mmmmmh, si no aparece nada raro, vamos a la izquierda.

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