martes, 2 de septiembre de 2008

Grullas y cardos

Un viento recorre las dunas, las dunas ocultan parcialmente el lecho rocoso, el lecho rocoso se transforma de vez en cuando en un farallón de roca de color rojo intenso. La parte sombreada de la roca siempre parece violeta por causa del reflejo del cielo; el cielo es de un azul marino, el azul del aire que no tiene nada de humedad.
Por entre los accidentes del terreno se ve la linea de cardos que franquean la carretera del imperio. Altos, de formas caprichosas. De semillas venidas de otros puntos del desierto, traidas por los viajeros, viven de un curioso efecto secundario que tiene la magia repelente de intrusos de la carretera. Los muros exteriores rezuman agua durante unos minutos cuando se pone el sol mayor. El agua es el resto miserable que deja en el aire el Grulla Infinita. Pasa a pocos espacios de aqui, a paso de ave, se nota en esos momentos de penumbra en que alimenta a los cardos, por los múltiples sonidos y aromas de la fauna luchando y amando, siempre y cuando la carretera se encuentre vacía.
Los cardos son el primer signo de que estamos llegando a Jonid. Jonid significa "reunión" en takitio, el bastión del norte. Aqui se han reunido los ejércitos desde tiempos inmemoriales para ir a atacar o disponerse a defender. En Jonid se reune el Grulla Infinita con su afluente, La Hermana Menor.
En la última loma hasta llegar a la ciudad hay una estatua de Marlog, padre de todos los ríos y de las costas.

En las peñas y barrancos que flanquean el cruce de los afluentes anidan millones de grullas de muchas variedades, tanto normales como gigantes. Abajo, como un ridículo puntito en el paisaje grandioso, se encuentra la ciudad de la isla, con ciclópeas murallas rodeadas de marismas, pobladas de todo tipo de vegetación. Arriba nos ensordece la turbamulta de las bandadas de grullas en celo. Todo lo reflejan los ojos cándidos, legañosos, de Lucrecio.

La Nueva compañía Aventurera va descendiendo por los meandros de la carretera. Aquí se revela hasta a los más obtusos que se trata de una obra de ingeniería en la que cada paso ha sido un desfío, una invención. El sol mayor ya se ha puesto envuelto en gloria y a la luz del pequeño rey, rosada y parda según donde se pose, vamos descendiendo los aventureros, comerciantes, buscavidas.
Ainara nos regala con su conversación interminable, Arnoldo canturrea el Himno de los Tejidos Cartilaginosos, lento, dulce, algo molesto. Rotunda arrastra su semihumanidad, bastante turgente, evitando mirar la ciudadela, recreándose en la vida natural. Estólido mira admirado los contrafuertes de cada vuelta o revuelta. Una compañía de teatro hace ruido más adelante, ensaya la representación sobre la marcha. Lucrecio y Horacio marchan paso a paso, inocente el uno, algo irónico el segundo, causando el sobresalto en todos los que se fijan en ellos.

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