viernes, 1 de agosto de 2008

Lucrecio -¡Nos han robado!

Lucrecio aparece desconocido con el nuevo día: limpio y aseado, con su hermosa armadura de cuero endurecido repujada con escenas de la vida bucólica. Su enorme sombrero de ala ancha, sus calzas y botas limpias. Podría parecer que ha cambiado a mejor, pero no, sigue siendo enorme y rematadamente horrible; el acicalado añade, quizá, un toque subrealista a todo el conjunto pues no puede dudarse, por las enormes espadas a la espalda, el escudo de detras y el de delante (escudos paveses que usa como si fueran bandejitas) y el fiero gesto con que ha desenvainado el mandoble de caballero (con una sola mano) al oir las palabras de davieso, que se trata, se vista como se vista, de una máquina de rebanar pescuezos.
Horacio, con la práctica que dan los años se ha situado, un poco a ciegas (ya que es tuerto y en el ojo sano tiene cataratas), detras y a la izquierda de Lucrecio, preparado para orar, configurando una clásica postura de combate.

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